Reflexión sobre el Evangelio del Domingo 21 de Septiembre de 2025
El Evangelio de este domingo nos presenta una parábola sorprendente: la del administrador infiel que, aun siendo injusto, actúa con astucia para asegurarse un futuro. Jesús no alaba su deshonestidad, sino su habilidad para aprovechar los recursos disponibles en vistas a lo que vendrá. Con esta enseñanza, el Señor nos invita a preguntarnos: ¿cómo utilizamos nosotros los bienes materiales que Dios ha puesto en nuestras manos?
El dinero en sí mismo no es malo. Sin embargo, puede convertirse en una trampa peligrosa cuando lo utilizamos solo para nuestro beneficio, cerrándonos en un egoísmo que nos aleja de los demás y, en consecuencia, de Dios. La propuesta de Cristo es clara: transformar los bienes materiales en instrumentos de amor y solidaridad, especialmente con los pobres y necesitados. No se trata únicamente de dar limosna, sino de comprender que cada recurso que tenemos es un medio para servir y construir el Reino de los cielos.
San Pablo lo expresó de manera luminosa al decir que Cristo, «siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Jesús no nos salvó con poder o con dinero, sino con su entrega total en la cruz. Su pobreza fue un signo de amor radical, una invitación a entender que la verdadera riqueza está en dar la vida por los demás.
Hoy el Evangelio resuena con fuerza en un mundo marcado por la desigualdad económica, por la carrera del consumo y por la explotación de los recursos naturales. Mientras unos tienen demasiado, otros carecen de lo más básico. La lógica del lucro sin límites ha generado hambre, destrucción ambiental y profundas heridas sociales. Frente a esto, la Palabra de Dios nos impulsa a una conversión de la economía personal y comunitaria: aprender a compartir, vivir con sobriedad y solidarizarnos con los más débiles.
La doctrina social de la Iglesia nos recuerda que el beneficio económico es legítimo, pero nunca puede estar por encima de la dignidad humana y del bien común. El Evangelio nos enseña que el verdadero progreso no se mide solo en cifras de riqueza, sino en la capacidad de los pueblos para crecer en justicia, fraternidad y equidad.
Que María Santísima, la humilde esclava del Señor que proclamó en el Magníficat que «a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 53), nos enseñe a tener un corazón libre de egoísmo y lleno de solidaridad. Que ella nos guíe para que sepamos usar nuestros bienes con sabiduría evangélica, y que nuestra vida se convierta en un testimonio de generosidad que apunte hacia el Reino de Dios.
Primera Lectura del Domingo 21 de Septiembre de 2025
Del libro del profeta Amos 8, 4-7
4 Escuchen esto ustedes, que pisotean a los indigentes y quieren hacer desaparecer a los pobres de la tierra. 5 Ustedes que dicen: «¿Cuándo pasará la fiesta de la luna nueva para poder vender el cereal; y cuándo terminará el sábado para dar salida al grano?». ¡Para achicar la medida y aumentar el precio! ¡Para adulterar balanzas con fraude! 6 ¡Para vender hasta los desechos del trigo! ¡Para comprar a los pobres por dinero, y al indigente por un par de sandalias! 7 Por la arrogancia de Jacob el Señor ha jurado: «¡Jamás me olvidaré de su modo de actuar!».
Salmo Responsorial del Domingo 21 de Septiembre de 2025
R. Que alaben al Señor todos sus siervos.
Bendito sea el Señor, alábenlo sus siervos. Bendito sea el Señor, desde ahora y para siempre.
R. Que alaben al Señor todos sus siervos.
Dios está sobre todas las naciones, su gloria por encima de los cielos. ¿Quién hay como el Señor? ¿Quién iguala al Dios nuestro?
R. Que alaben al Señor todos sus siervos.
Él tiene en las alturas su morada y sin embargo de esto, bajar se digna su mirada para ver tierra y cielo.
R. Que alaben al Señor todos sus siervos.
Él levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol para hacerlo sentar entre los grandes, los jefes de su pueblo.
R. Que alaben al Señor todos sus siervos.
Segunda Lectura del Domingo 21 de Septiembre de 2025
De la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 1-8
21 Ante todo ruego que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por toda la humanidad, 2 por los reyes y por todas las autoridades, para que podamos llevar una vida pacífica y serena, del todo religiosa y digna. 3 Esto es bello y grato ante Dios, nuestro salvador, 4 quien quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 5 Pues hay un único Dios y un único mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús, hombre también él, 6 quien se entregó a sí mismo en rescate por todos. Este testimonio fue dado a su debido momento, 7 y de él yo fui constituido mensajero y apóstol –¡digo la verdad, no miento!–, maestro en la fe y en la verdad de los que no son judíos. 21 Ante todo ruego que se hagan súplicas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por toda la humanidad, 2 por los reyes y por todas las autoridades, para que podamos llevar una vida pacífica y serena, del todo religiosa y digna. 3 Esto es bello y grato ante Dios, nuestro salvador, 4 quien quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. 5 Pues hay un único Dios y un único mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús, hombre también él, 6 quien se entregó a sí mismo en rescate por todos. Este testimonio fue dado a su debido momento, 7 y de él yo fui constituido mensajero y apóstol –¡digo la verdad, no miento!–, maestro en la fe y en la verdad de los que no son judíos.
Evangelio del Domingo 21 de Septiembre de 2025
Del santo Evangelio según san Lucas 16, 1-13
1 Jesús también les decía a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador que fue acusado de dilapidar sus bienes.
2 Entonces lo mandó llamar y le dijo: “¿Qué es esto que oigo hablar de ti? ¡Ríndeme cuenta de tu trabajo, porque ya no te ocuparás más de mis bienes!”
3 El hombre se puso a pensar: “¿Qué haré ahora que mi señor me deja sin trabajo? No tengo fuerzas para ponerme a trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna.
4 Ya sé lo que haré para que algunos me reciban en sus casas cuando me quede sin trabajo”.
5 Entonces llamó a todos los deudores de su señor y le preguntó al primero: “¿Cuánto le debes a mi señor?”
6 Él le respondió: “Cien barriles de aceite”. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate y escribe que le debes cincuenta”.
7 Después le preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él respondió: “Cien medidas de trigo”. Entonces le dijo: “Toma tu recibo y escribe que le debes solamente ochenta”.
8 Entonces el señor elogió a este administrador injusto por haber obrado con astucia. Los que se ocupan de los negocios de este mundo son más astutos en el manejo de sus asuntos con sus contemporáneos que los que pertenecen al mundo de la luz».
9 «Yo les digo: traten de conseguir amigos utilizando el dinero injusto, para que, cuando este les falte, haya quienes los reciban en las moradas eternas.
10 El que es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo pequeño también es deshonesto en lo grande.
11 Si ustedes no son fieles en el uso de una pequeña cantidad de dinero, ¿quién les va a confiar la verdadera riqueza?
12 Si no fueron fieles en lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece?
13 Ningún servidor puede servir a dos amos, porque abandonará a uno para amar al otro, o por entregarse a este menospreciará a aquel. ¡No pueden servir a Dios y al dinero!».
Reflexión de la Biblia de la Iglesia en América
16,1-8. En los pasajes siguientes (16,1-31) siguen varias enseñanzas de Jesús sobre el uso adecuado de los bienes de este mundo. Las riquezas tienen cierta relación con Satán (4,6) y, por lo mismo, fácilmente suscitan la codicia y la maldad (16,9). Jesús instruye a sus discípulos en cómo utilizar los bienes de forma que sirvan para la salvación y no se conviertan en causa de condenación. Para Lucas, ricos son los que acumulan fortunas y bienes materiales de manera egoísta, sin compartirlos con nadie, pues su único interés es asegurar su propia vida presente (12,13-21). Para liberar las riquezas de la codicia y la maldad tienen que utilizarse para disminuir la miseria que destruye al hombre y para hacer el bien a los demás, particularmente a los necesitados. Jesús conoce muy bien el mundo en que se mueve y, mediante esta parábola del administrador astuto, muestra la picardía y astucia que utiliza la gente de este mundo cuando se trata de asegurarse el bienestar futuro. El administrador no es elogiado porque se comporta de manera deshonesta, sino porque actúa con astucia (16,8). Así como él, los discípulos de Jesús deben ser hábiles para asegurarse los verdaderos bienes.
Reflexión de la Biblia de Navarra
La parábola del administrador infiel puede desconcertarnos porque, a veces, entendemos las parábolas, que pretenden resaltar una enseñanza, como alegorías en las que cada elemento o cada personaje tienen un significado. El Señor da por supuesta la inmoralidad de la actuación del administrador, pero quiere enseñar a
sus discípulos que deben servirse de la sagacidad y el ingenio (v. 8) para la extensión del Reino de Dios: «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas,preocupaciones de sensualidad. —Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aún niños: todos igual. —Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en
nuestras empresas de apostolado» (S. Josemaría Escrivá, Camino, n. 317).
Tras la parábola, el evangelio recoge unas sentencias del Señor (vv. 9-15). Vienen introducidas por la expresión de gran solemnidad —«yo os digo» (v. 9)— y, dentro de una cierta diversidad, tienen un matiz común: en todos los momentos de nuestra vida, en la riqueza y en la pobreza, en lo grande y en lo pequeño, debemos mirar a Dios.Tal vez el centro de esas expresiones pueda ser el v. 13 donde el amor a las riquezas se concibe como una idolatría: «Todos se inclinan ante
el dinero. A la riqueza tributa siempre la multitud de los hombres un homenaje instintivo. Miden la felicidad por la riqueza, y por la riqueza miden, a su vez, la respetabilidad de la persona (…). Riqueza es el primer ídolo de este tiempo. Notoriedad el segundo (…). La fama y el llamar la atención en el mundo se consideran como un gran bien en sí mismos, y un motivo de veneración (…). La notoriedad, o fama de periódico como se la denomina también, (…) se ha convertido en unasuerte de ídolo» (John H. Newman, Discurso sobre la fe 5; cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1723).